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¿Por qué es ilegal investigar en psicología?

E. Barrull, 2001.

 

Cualquier disciplina que pretenda ser científica necesita hechos, más hechos, un montón de hechos. De nada sirven las teorías, las hipótesis, las intuiciones, las elucubraciones sin hechos. Las disciplinas científicas se distinguen de las demás por contrastar sus teorías con los hechos. En ciencia, los hechos siempre tienen la última palabra, aunque a veces cueste reconocerlo. Las teorías científicas no se seleccionan por ser bonitas, lógicas, agradables, etc., sino única y exclusivamente por su capacidad de explicar el mayor número de hechos conocidos. Por contra, las disciplinas no científicas no necesitan hechos, les basta con la simple creencia.

Por eso, los físicos, los astrónomos, los químicos, los biólogos, los médicos, etc., siempre andan detrás de los hechos llegando, incluso, hasta límites insospechados. Esto no significa que las teorías no tengan importancia, ni mucho menos. Un cúmulo de hechos solos no son más que un estorbo. Ciencia significa unión entre teoría y hechos o entre hechos y teoría, como más se prefiera.

Los físicos están continuamente observando materiales, cómo se comportan, cómo modifican sus propiedades según las condiciones a las que les someten. Se llegan a gastar cientos de miles de millones de dólares cada año para poder observar hechos de interés para la física y los físicos. Lo mismo ocurre con los químicos o con los astrónomos.

Por su parte, los biólogos coleccionan hechos con la mayor naturalidad. Unos tienen pegado el ojo al microscopio y los otros a la cámara de video. Los médicos, por su parte, no pierden ni una sola oportunidad de experimentar con los hechos, es decir, con nosotros, tanto si estamos vivos como muertos.

Pero de entre todas las disciplinas que quieren ser científicas hay una que no puede observar los hechos que trata de comprender y explicar. Y lo más curioso de todo es que las dificultades no provienen de impedimentos técnicos sino de trabas morales y judiciales. En concreto, hay una disciplina que tiene prohibido observar su objeto de estudio so pena de encarcelamiento. Me refiero a la psicología.

La psicología tiene como objeto de estudio la influencia del comportamiento en la salud de las personas, es decir, trata de estudiar cómo nuestra forma de vivir, de relacionarnos, de pensar, de comunicarnos, de comer, de descansar, de convivir, en definitiva, influye en nuestra salud y calidad de vida. Todos sabemos que, de algún modo, nuestra forma de vivir influye en nuestra salud. Los médicos no tienen otro remedio que apelar a esta cuestión cuando se les agotan sus propias explicaciones. 

Está demostrado estadísticamente (el lector sólo tiene que ojear la sección de sucesos de cualquier periódico) que las relaciones familiares son las más peligrosas, son el factor de riesgo más importante para todo tipo de agresiones. Pero los biopsicólogos intuimos que esto es sólo la punta del iceberg. Una comida familiar puede acabar fácilmente con un fuerte dolor de estómago. El apabullante dominio del padre puede acabar en un accidente de coche para el hijo. Las exigencias inacabables de una esposa pueden acabar provocando un ataque al corazón en el pobre ejecutivo. La permanente marginación por parte de los hermanos puede acabar en depresión. El peso de cuidar de una abuela exigente y dominante puede acabar arruinando a una familia, etc., etc., etc.

Claro que esto suena muy fuerte, exagerado, y el lector puede pensar que no hay pruebas de ello. ¿Pruebas? ¿hechos? ¿qué hechos?

No, efectivamente, no tengo pruebas concluyentes. Abro el cajón y no encuentro ninguna prueba que pueda satisfacer al más reacio. ¿Qué debería hacer para encontrar pruebas? ¿Qué clase de pruebas serían aceptables? Seguramente todo aquello que podamos ver con nuestros ojos y tocar con nuestras manos (como S. Tomas) ¿Y si instalara cámaras de video ocultas en algunas casas escogidas aleatoriamente?

¡Ah no! Como psicólogo no puedo instalar cámaras de video ocultas en las habitaciones de cualquier casa para poder observar el comportamiento real, natural y espontáneo de las personas que viven en ella. Si lo hiciera ¡me juzgarían y encarcelarían! Y, a pesar de mi pasión por la psicología, me abstengo de tratar de conocer la verdad directamente, de conocer los hechos reales. ¡No quiero ir a la cárcel!

La ley, el estado de derecho, me dice que no puedo observar cómo vive una familia cualquiera, como la madre culpabiliza a su hija, como el marido subyuga a su mujer, como la abuela controla la vida familiar, como el suegro compite con la nuera por su hijo, etc., etc. Miles de millones de hechos que ocurren detrás de las puertas, paredes y ventanas de nuestras queridísimas y limpísimas calles. No, no puedo, no me está permitido. Y si lo hago, no me impondrán una pequeña multa, no, iré directamente a la cárcel. Porque debemos saber que no se trata de una falta administrativa sino de un crimen penal.

Como científico, estoy dispuesto a hacer ciertos sacrificios, sobreviviendo en una sociedad en la que esta actividad no tiene ningún valor en comparación con la de futbolista. Pero a lo que no estoy dispuesto es a ir a la cárcel (como Bruno o Galileo) o arruinarme de por vida por tratar de mejorar la salud de esta sociedad. Si quieren seguir sufriendo, allá ellos, ¡hasta aquí podríamos llegar!

A los psicólogos se nos achaca nuestra falta de eficacia en nuestros tratamientos, nuestra falta de claridad en nuestras teorías, nuestra falta de rigor, etc. Es cierto, y es cierto que una gran parte de esta situación depende de nosotros, que podríamos hacer mucho más de lo que hacemos. No voy a ser yo quien trate de evadir nuestra responsabilidad en la situación deplorable que se encuentra nuestra disciplina. Pero sería faltar a la verdad omitir un condicionamiento esencial que pesa como una losa sobre nuestra actividad de investigación, es decir, de aprendizaje: la sociedad no nos deja observar.

En la historia de la ciencia no es la primera vez que ocurre esto. La medicina ha tenido que ir superando un gran número de trabas morales y legales para poder dialogar con los hechos. Durante la edad media y parte del renacimiento ningún médico pudo abrir en canal un cadáver humano y observar su interior. Y si lo hizo, no se lo dijo a nadie. Por eso, los manuales de anatomía humana de la época eran increíbles e inútiles. La liberación de esta imposición fue un gran impulso para la medicina. Hoy estamos muy satisfechos de los logros de la medicina, quien lo puede dudar, pero lo que no apreciamos es que tales logros han sido posibles gracias a la despenalización de la investigación científica médica.

Pero en los inicios del tercer milenio, en las sociedades altamente desarrolladas, altamente científicas, bla, bla, bla, ... los psicólogos estamos seriamente amenazados de cárcel si cometemos el crimen de observar lo que ocurre realmente dentro de una casa cualquiera. Ver lo que ocurre en el comedor, en la cocina, en el dormitorio o en el baño.

La sociedad vive alarmada ante la violencia familiar, por ejemplo. Reclama, inútilmente, a los políticos que tomen serias medidas frente a tan grave problema. Pero se indigna, se sulfura y no está dispuesta a tolerar bajo ningún concepto que los psicólogos podamos observar lo que ocurre dentro de sus casas: ¡sería una violación del derecho a la intimidad!

Yo, como psicólogo, les tengo que decir: muy bien, pero si no nos dejan ver lo que pasa es imposible que podamos comprenderlo y, en consecuencia, tratarlo adecuadamente. Así es que, deben escoger. Si quieren salvaguardar su intimidad familiar a toda costa deberán aprender a convivir con todas las enfermedades y trastornos que en ella y por ella se producen. No esperen que los psicólogos descubramos la verdad por simple inspiración divina. Si, por el contrario, quieren resolverlas deberán permitirnos observar lo que ocurre en las casas. Ustedes mismos.

Mientras no me dejen observar directamente lo que ocurre, tengo que conformarme con preguntar lo que ocurre, con pedir que me lo expliquen, lo cual es más que nada, aunque claramente insuficiente para alcanzar la contrastación científica. Las "pruebas" así obtenidas son fácilmente discutibles por quienes no quieren ver: "esto es una interpretación"; "esto es lo que se dice pero no tiene porqué ser verdad"; "esto es una opinión"; etc. Aunque las entrevistas tienen muchas ventajas, carecen de la objetividad abrumadora de la observación directa plasmada en una cinta de video.

Y así hacemos ciencia los psicólogos, como podemos, a escondidas y con mucho miedo a ser juzgados, penalizados y encarcelados si, por cualquier descuido y por nuestro deseo de saber, violamos la intimidad familiar de alguien.

La sacrosanta privacidad que cabalga libremente detrás de las puertas de los rellanos o de las aceras es, por desgracia, la tapadera de inmensas cantidades de pus, violencia, opresión, agresión, manipulación, crueldad, terrorismo, hurto, despotismo, maquiavelismo, etc., etc., que hace que las calles parezcan limpias. El día que se abran las puertas de la intimidad familiar al conocimiento científico (no a los circos mediáticos de los "reality show") empezaremos a comprender quienes somos de verdad.

Yo puedo garantizar, asegurar y afirmar que si se permitiera a los psicólogos observar libremente lo que ocurre dentro de las casas, en muy poco tiempo, en un tiempo record, la psicología dejaría de ser una disciplina diletante para convertirse en una ciencia altamente rigurosa y efectiva.

¿Llegará el día en que se despenalice la investigación científica psicológica? Seguro que sí, aunque no estoy seguro de poderlo ver.

 

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Última actualización:
22/03/06